2 de noviembre de 2011

La inflación y la restricción interna

Hay un problema que, para muchas economías latinoamericanas, ha resurgido como una de las causas que impiden y truncan su desarrollo industrial. Ya no es más la restricción externa la verdadera causa de que existan sectores estrangulados en la economía latinoamericana y más precisamente Argentina, aquella que nacía directamente de su incapacidad de obtener excedentes de divisas, sino que el impedimento que obliga a tener niveles constantes de inflación en aumento y que a la larga estanca a la economía, surge dentro mismo de la estructura productiva de la región. Llamamos a eso restricción interna y lo compararemos con la externa, tratando luego de esbozar algunas salidas posibles y un futuro indeterminado pero imaginable para la coyuntura político-económica actual.

Primero, ¿Qué es la restricción externa? A grandes rasgos, se trata de una problemática que surgió a partir del desarrollismo iniciado entre los años ’50-’70, que culmina con la noción de “progreso” relacionada a la inserción en un comercio internacional sin barreras propuesta por Martínez de Hoz. El desarrollismo plantea que el intercambio en términos de centro-periferia contribuye al distanciamiento y al aumento de la brecha diferencial entre países desarrollados y subdesarrollados; bajo relaciones de comercio librecambistas con países agroexportadores y otros industriales, el subdesarrollo de la periferia es consecuencia del desarrollo del centro. Entonces, gobiernos motivados por esta concepción impulsaron procesos de industrialización creciente en la región, pero empezaron a encontrarse con el problema que exponemos. Para industrializar el país era necesario obtener maquinarias e insumos industriales que solo se producían en las potencias centrales desarrolladas, dígase EE.UU. y Europa en general. Para comerciar con el resto del mundo se necesitaba obtener divisas en términos comerciales (al igual que hoy en día), es decir sostener un determinado superávit comercial (balance favorable a la Argentina en la balanza comercial, saldo entre importaciones y exportaciones) que permita sustentar los ingresos de los insumos necesarios para la industrialización. Pero ello no se dio, el superávit comercial pocas veces se sostuvo. La salida a esto fue atraer la inversión de capitales extranjeros y endeudarse para sostener el proceso. De esta forma se empezó a armar la bola de nieve que fue creciendo y que hoy conocemos como deuda externa. La incapacidad de la Argentina para obtener divisas contribuyó a un proceso de industrialización más lento, que fue borrado de la agenda política por las dictaduras de turno y luego de las democracias de turno, hasta su colapso en el 2001.

Pero con el nuevo milenio post crisis, volvió a aparecer la industrialización y el comercio de productos manufacturados, sean algunos tecnológicos (Argentina es uno de los principales exportadores de software) o de industria pesada (autos ensamblados que se venden a Brasil). En gran parte, la llegada de insumos y, por ejemplo, autopartes, se sustenta con el comercio de la soja, que goza de buena salud en cuanto a su precio y el superávit comercial lo demuestra. Esto sumado a una política de desendeudamiento nos hace creer que solucionado el problema de la restricción externa, podremos encaminarnos a una etapa de crecimiento indefinido e ilimitado. Pero otra vez surgen complicaciones, ahora dentro de nuestro propio país.

Reproducimos, porque no es una idea nuestra, el concepto de la restricción interna. ¿Qué significa que existan aspectos que limitan el desarrollo dentro de nuestro país? Nos referimos a lo que es una consecuencia del crecimiento económico elevado, a tasas chinas dirían algunos, en los últimos años. Cuando comienza a subir la demanda de un país, en concordancia con una oferta que comienza a recibir inversiones importantes, como por ejemplo las PyMes que sostienen un nivel de empleo alto, la economía comienza a llegar a lo que se denomina “cuellos de botella”. A medida que las industrias exigen más insumos y contratan más personal, también requieren mayores gastos en costos fijos, como por ejemplo la energía o la infraestructura de transportes. En el caso de la Argentina, estos dos sectores nombrados están “estrangulados”, es decir su oferta es incapaz de suplir una demanda creciente. Como dicen las leyes de la demanda y la oferta, con el objetivo de que no se produzca escasez, cuando una oferta es menor a la demanda, los precios suben. Pero hay un problema con estos sectores y es que ambos integran la categoría de bienes “inelásticos”, es decir, bienes que presentan una demanda relativamente insensible frente a cambios en los precios; si suben sus precios, su demanda no caerá tanto. Es esta, hoy en día, la real causa de la inflación, porque cada vez los costos de sostener una industria son mayores ya que los recursos energéticos deben ser importados (que son más caros que producirlos acá) y ello se traslada a los precios de mercado de los productos ofrecidos. Es también la causa de que el gasto público en subsidios a la energía se haya incrementado para no afectar el consumo y la producción, sosteniendo el nivel de demanda y empleo. Sin embargo, no sabemos a qué se debe la carencia de oferta, si a empresarios especuladores con los precios de su industria o si a la falta de inversión, pero eso no quita que todos suframos sus consecuencias.

Hemos visto que superada la restricción externa, queda solucionar la restricción interna que hoy nos provoca niveles de inflación crecientes y que afecta directamente al poder adquisitivo de las clases bajas y medias-bajas. ¿Cómo podría solucionarse tal problema? Concretamente no podemos decir nada seguro, pero podemos esbozar algunas respuestas. En principio los esfuerzos económicos del gasto público deberán ser dirigidos a aumentar la oferta de los sectores estrangulados, pero esto nos presenta un doble problema: si el gasto público sigue en aumento la inflación nunca se reduciría y entonces ¿Cómo hacer para aumentar la oferta sin que aumente la inflación? Podríamos decir que resignando capacidad de consumo en los sectores con mayor propensión al ahorro, esto es, congelar los subsidios en familias pudientes. Otra opción es también quitarlos a empresas multinacionales. Esto no significa reducir el gasto público, sino redistribuirlo.

La estrategia empieza a dar sus primeros pasos hace pocas horas, luego de que el Gobierno Nacional haya decidido quitar en un 100% los subsidios a empresas de hidrocarburos, mineras, juegos de azar, telefonía móvil, entre otras sin que ello afecte el precio de lo ofertado. Así el ministro de Economía y reciente vicepresidente electo aseguró que “se empezará por las empresas y no por las familias”. Para aumentar la oferta del sector quitando los subsidios podrá fomentarse la llegada de inversión externa en ese sector, principalmente en energía, ya que la infraestructura de transporte es cuestión de estado. Así, por ahora el consumo se mantendría aunque quedará esperar a ver si se solucionan los problemas por estrangulamiento, según de qué manera se redistribuya el gasto público.

Hemos tratado de elaborar algunas conceptualizaciones que hoy explican las causas de la inflación y quizás también de que magantes industriales que se ven forzados a aumentar los precios de su producción, recibiendo ingresos cada vez menores, prefieran dolarizar sus proyectos de inversión y transformarlos en ahorros, lo cual contribuye a presionar el tipo de cambio y obliga al Banco Central a intervenir para no perjudicar a los productores que importan insumos en esa divisa. La redistribución comienza a verse, pero aún queda por analizar si ello motiva avances en política desinflacionaria o no.