22 de septiembre de 2011

La era de las Alianzas y las Regiones: Hacia un mundo multipolar

En 1989, el Muro de Berlín se derrumbaba. Dos años más tarde, la URSS dejaba de ser lo que había sido por 74 años: uno de los polos del mundo, hasta entonces, bipolar. Se consagró desde allí, la hegemonía del pensamiento estadounidense representado por la Escuela de Chicago y para América Latina, el Consenso de Washington. Un Mundo unilateral, organizado en entidades financieras internacionales como la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), manejado por las potencias históricas (EE.UU. y Europa). Esto tuvo como consecuencia la sumisión económica y cultural a vastas regiones del mundo, llevándolas a una decadencia que todavía persiste y cuyas consecuencias aún padecemos y sufrimos.

Claro está, que en América Latina, tal proceso empezó mucho antes, allá por los años ‘70, como un intento de contener la “subversión”, la cual pondría en peligro la dominación e influencia del capitalismo en Occidente. En defensa de sus intereses, se cometieron los actos atroces y horrendos que todos conocemos. Y así llegamos al Siglo XXI, con una concentración de la riqueza en manos de unos pocos que se vuelven menos cuando se los compara contra el grueso de la población mundial.

Pero de a poco se va abriendo el espacio para una nueva era, a los ojos de estos redactores. Conviene antes, repasar la historia. El Mundo conoció, desde el inicio del capitalismo, allá por fines del Siglo XVIII y el Siglo XIX, la consolidación del capitalismo industrial, con un poderío ejercido desde tierras anglosajonas. Sin embargo, en octubre de 1917, Lenin, con su llegada al poder en Rusia, decidió instalar la “dictadura del proletariado” y ya en 1931, Stalin decía “si la URSS no se convierte en una potencia de aquí a diez años, Occidente intentará destruirla e implementar el capitalismo”. Diez años después, Hitler invadía Rusia en el Frente Oriental de la Segunda Guerra Mundial.

En 1945, Las fuerzas nazis, ya derrotadas, dejaron a una Europa devastada; un escenario extremadamente benéfico tanto para la URSS como para EE.UU., quienes se consagraron como las fuerzas más poderosas del Mundo conocido y explorado.

Por razones que exceden nuestra argumentación y que guardan una relación indirecta con ella, la URSS, como señalamos anteriormente, se desplomó y EE.UU. junto a una Europa reconstruida y a un Japón tecnológico, se convirtieron así en los nuevos líderes, aunque sin divergencia de intereses y por lo tanto siendo “un único líder ideológico, político, económico y cultural”.

Esto desencadeno en una fuerte profundización de lo que ya se conocía como neoliberalismo. Utilizando métodos de coerción y cooptación, los grandes sectores económicos aceptaron (por conveniencia) estas doctrinas y aplacaron a los pueblos latinoamericanos para sumergirlos en la peor explotación conocida en democracia.

Los efectos no tardaron en verse. Primero, el crecimiento de la deuda soberana, la pérdida de las identidades nacionales y regionales, el desempleo y la indigencia. Todo un coctel de desgracias que los latinoamericanos, en diferentes épocas, terminaron por rechazar. Las revoluciones bolivarianas en Venezuela, el levantamiento indígena en Bolivia, el Movimiento Sin Tierra en Brasil, el Cacerolazo y la rebelión popular del 2001 en Argentina son algunos de los ejemplos del vomito de ira que los pueblos tuvieron hacia sus dirigentes. Los habían vendido y traicionado y dijeron basta.

El problema que tenían estas naciones que (en la mayoría de los casos) por primera vez cambiaban de gobierno a uno que no respondía a intereses foráneos o a potencias económicas era el agobio constante de estos últimos. Se intentaron golpes de Estado, se fomentaron ataques desde sociedades internacionales (fundamentalmente el rol de la prensa), y todo esto fue visto, comprobado y rechazado por los pueblos.

A medida que se establecían más y con más fuerza este tipo de gobiernos, se comienza a gestar la idea de que solo unidos podrían no ser vulnerables a los ataques de todos estos sectores. De allí que nacerán, políticamente, la UNASUR, el BRIC, la ALBA, etc. A esto continuó una oposición cuya existencia es natural tras más de un siglo de explotación. Siguieron y siguen quienes abogan por recetas neoliberales, economías ortodoxas, represión a la organización social. Siempre con variados y novedosos métodos, pero esencialmente con la misma intención.

En términos económicos, la resistencia comienza desde el Mercosur (paralizado durante muchos años) y la cooperación sin mezquindad. Todo argumentando lo que vemos hoy: los que dominaron por más de 18 años el mundo, se vieron envueltos en una recesión que luego se transformó en una depresión de la cual aún están tratando de salir (Crisis del 2008) y que ha dado paso al surgimiento de economías con un futuro muy provechoso. En este contexto, han ido surgiendo nuevas potencias y regiones con propósitos en común, generalmente agrupadas en relaciones internacionales de comercio, como lo son, entre otras, el BRIC (Brasil, Rusia, India y China), la UNASUR y el Banco del Sur (ambos formados por países de Latinoamérica). Se nos aparece frente a nuestros ojos y a menos que ocurra algo extremadamente catastrófico, la “Era de las alianzas y las regiones”.

Esta visión deviene de la creciente relación entre países que comparten objetivos de industrialización e implementación de tecnologías, aumento de la calidad de vida de su población (salvando algunas diferencias, como más adelante explayaremos), disminución de la brecha entre los que más y menos tienen y reducción de los índices de pobreza y marginalidad. En este sentido, y vuelvo a repetir que no se da en todos los casos pero si en su mayoría, lo que proponen es brindar soluciones de carácter social a problemáticas arrastradas históricamente que han sido consecuencia de una intersección de factores innumerables, pero que quizás en otra editorial podamos explicar mejor.

Es así que pasamos a mostrar y describir algunos procesos iniciados por países emergentes que ya no solo están progresando y sembrando el camino hacia nuevas formas de concebir la relación entre capitalismo y justicia social, sino que están pujando por tener un lugar de importancia en las relaciones internacionales y en el futuro del desarrollo económico mundial. El camino será entonces, hacia un mundo multilateral o multipolar.