29 de septiembre de 2011

Problemas en Democracia, soluciones en Democracia

Si en oposición a la indiferencia cotidiana nace este proyecto, nos hacemos cargo del compromiso que conlleva” decíamos hace un par de meses, y no nos pensamos retractar en tan poco tiempo. La problemática de hoy, y quizás como algunas de los días que nos siguen, merece una importancia trascendental y un tratamiento que sea delicado, algo similar a jugar con fuego. En fin y al cabo, eso hacemos los que trabajamos con ideas, representaciones e imaginarios.

Analizaremos una cuestión esencial que surge, y más que nunca, en este último tiempo, como un factor no de desestabilización, pero sí de crítica injusta a un sistema político que constantemente nos da frutos, pese a que no los sepamos recoger. Nos gustaría para ejemplificar nuestra argumentación establecer un orden de trabajo. Definiremos lo que creemos como Libertad y Democracia, para luego establecer una analogía que a medida que sigan la lectura, irán dando cuenta hacia dónde se dirige.

La libertad interior se traduce en falta de libertad exterior. El lugar del alma se utiliza para disculpar la miseria” decía Herbert Marcusse, en “Acerca del carácter afirmativo de la cultura”, tratando de ver cómo, a través de la justificación de que todos somos libres, no nos damos cuenta que elegimos todo menos las condiciones materiales en las cuales nacemos y que condicionan nuestro desarrollo ulterior. Estas condiciones, por más que nos los quieran negar, se aparecen independientes de nuestra voluntad. Los “fundamentalistas del libre mercado”, como llama Stiglitz a los neoliberales, creen que toda intervención supraindividual en materia de decisión económica de los individuos conduce inevitablemente a la servidumbre (tesis principal de Hayek en “Camino a la servidumbre”). Sin embargo y al juicio de este escritor, la libertad significa posibilidad de elegir, que la libertad interior garantizada se traduzca también en libertad exterior”. Si es necesario que exista un intervencionismo regulador para brindar mejores condiciones al conjunto social, es decir, si se asegura a la población la posibilidad de elegir qué hacer con sus vidas, entonces la libertad estará garantizada. Si se pregonan las libertades económicas, y entonces ello no beneficia al conjunto o limita el desarrollo de una parte de él, la existencia real de las libertades será una deuda del pensamiento humano.

El segundo tópico es la Democracia, este sistema político que se pone en duda por el sentido común cuando se observa cualquier tipo de situación que involucre a la conflictividad social. Con esto me refiero al pedido constante por derechos humanos únicamente para los “buenos” y la demencia de decir “desaparecidos en democracia” para referirse a las víctimas de trata o secuestros. Para nosotros, la democracia, entendida más allá de su concepción iniciada por el liberalismo político, implica la extensión de derechos tanto individuales como sociales al grueso social. Entre estos derechos se encuentran los de pugnar por una vida más digna e influir en las decisiones del poder, que muchas veces se desentiende de sus reclamos. Pero argumentar que los problemas de la democracia no existirían con otro sistema es una ridiculez; lo único que sucedería es que no los veríamos o quizás algo peor, creeríamos que nos podemos salvar solos siendo los sujetos que Sábato llamo “átomo-capsula” aquellos que como átomos se refugian en la capsula de su vida privada, y la vida privada de otras personas, restándole importancia a su vida pública, esencial para lo que Gandhi llamó la “educación del corazón”, relacionada a profundos valores de paz y solidaridad con el otro.

De esta forma llegamos a lo central en nuestra argumentación y para eso partiremos de una metáfora que nos permita ejemplificarla. La democracia y su relación con la sociedad se asemeja a la relación que una madre tiene con su hijo adolescente, mientras que la relación entre una dictadura y la sociedad representa la etapa en la cual el hijo es todavía un joven que da sus primeros pasos en este mundo y la madre es su tutora.

No es algo casual que suceda de esta forma. Un niño de seis años es guiado y tutorado por su madre. Su libertad es nula; todas sus decisiones dependen de un poder que lo excede y bajo el cual se encuentra sometido. No es solo un poder coercitivo, como lo puede ser un castigo físico, sino que es un poder que ya Gramsci, en sus “Cuadernos de la cárcel”, había definido y que refiere a un consentimiento frente al sometimiento, a una auto-identificación de la persona con ese poder, lugar del cual deviene su legitimación y que recibe el nombre de hegemonía. El niño no discute, acata. Tampoco participa de las decisiones parentales; ni siquiera es un órgano consultivo. Y la rebeldía se paga con la disciplina, el adoctrinamiento, frente a lo cual sus defensas son escasas, contribuyendo a la larga al acostumbramiento, a la aceptación de esa dominación bajo la cual vive. Podemos dar por sentado de esta cadena lógica, que la conflictividad entre la Madre y su Hijo es poca, y aquella que surge es rápidamente opacada por las fuerzas que modelan al niño y que se idealizan en el pensamiento predominante y dominante; los límites son el aniquilamiento de cualquier tipo de desviación que amenace la hegemonía.

Podemos ver reflejado, como el rol de la Dictadura ha contribuido a moderar y opacar la conflictividad social. No es que no existiera, es que los disidentes eran castigados con algo peor que ir al rincón; sufrían la destrucción material de su cuerpo, portador de sus ideales. Los que aún tenían el coraje de tener libros en sus casas y pensar diferente a lo hegemónico, sentían una presión ya descripta por Weber en “La política como vocación”, la presión de la responsabilidad frente a la ética. Si era necesario quemar mis ideales, materializados en mis libros o agendas, para salvar a mi familia, entonces estaba haciendo lo correcto. Bajo esas circunstancias no se vive, se sobrevive. A la larga, la parsimonia predominó y reprodujimos un orden impuesto, con el que inclusive, muchos estuvieron de acuerdo y aún lo siguen estando. Quizás porque nunca dejaron de ser niños de seis años.

Pero el niño creció, salió de la pasividad en la cual se había sumido y decidió enfrentar a su Madre. Llegó la adolescencia y crecieron los problemas entre ellos, porque la libertad le permitió tomar decisiones sobre su vida, sobre sus estudios, sobre las problemáticas familiares y en tantos otros aspectos que se puedan imaginar. Muchas de esas decisiones desafiaban la hegemonía de la Madre, que aún con sus costumbres restrictivas, pretendía poner bajo su manto al hijo ya crecido. Sin embargo, este comprendió que la legitimidad de su dominación devenía de su identificación con el pensamiento materno; cuando esto se rompió, entonces también se rompieron las cadenas que lo esclavizaban a una vida de dependencia y el bozal que le impedía hablar por sí mismo. Las luchas diarias se vuelven constantes y las discusiones en las cenas eternas e irresolubles. La rebeldía es una característica del pedido constante por mayor libertad y una consecuencia de la amplitud y la extensión de los derechos adquiridos a través de ella. La influencia materna deja de ser tan determinante; en este sentido, pasa a un segundo plano y el pensamiento propio surge como la respuesta a la sumisión. El castigo físico no es ya una vía posible, porque como bien diría algún que otro teórico que ya nombramos “la violencia no es una demostración de fuerza, sino de debilidad”. Cuánto más se castigue, menor será la legitimidad que el poder obtenga de quién desea que sea su sometido y mayor resistencia encontrará para lograr su sometimiento, radicalizando la diferencia y rompiendo definitivamente la auto-identificación con el pensamiento dominante.

De esta forma concluimos que es por esta razón que la Democracia suscita nuevas problemáticas y discusiones que deben ser otorgadas y garantizadas. La Democracia permite no solo la extensión de los derechos, suprimidos durante la Dictadura (infancia), sino también un ámbito de Libertad bajo el cual exigir modificaciones en las condiciones materiales en la cual se desenvuelve la vida de los hombres, para que tal libertad de exigir se transforme también en libertad de elegir, para la persona, sus hijos, sus nietos y todos sus descendientes.

Es cierto que desde que retornamos a la democracia los problemas son mayores en cuanto a conflictividad social (representada por la rebeldía adolescente frente a la Madre) pero es la consecuencia de gozar de mayor libertad para reclamar derechos postergados y suprimidos durante la Dictadura (representada por la sumisión al pensamiento materno y el castigo frente a su cuestionamiento); aquellos silenciados con el sonido de las picanas eléctricas y los motores de los Falcon verdes que recorrían las calles, que cumpliendo con las órdenes dictadas por sus superiores, lograron hacerle honor a la frase que reconoce la “obediencia antes que la conciencia”, que se hizo famosa en los Juicios de Nurenberg, cuando Eichmann declaró "no perseguí a los judíos con avidez ni con placer. Fue el gobierno quien lo hizo. La persecución, por otra parte, sólo podía decidirla un gobierno, pero en ningún caso yo. Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia. En aquella época era exigida la obediencia, tal como lo fue más tarde de los subalternos".

Solo queda una última reflexión. No podemos delegar la culpabilidad de haber causado la conflictividad a la democracia, esto sería poco justo y además trataría de socavar las bases y destruir las firmes columnas que la sustentan y que deberíamos tratar de afirmar cada día aún más. Es por esto que necesitamos que las libertades individuales como sociales se hagan presentes para construir un lugar en donde la conflictividad tenga respuestas de carácter integro y en donde, luego de un tiempo, podamos disfrutar los beneficios de su ejercicio. De nada sirve encolumnarse detrás del castigo y el adoctrinamiento ideológico porque eso sería esconder los problemas, los cuales tarde o temprano, se darán a conocer, con mucha más fuerza que antes. Así como la Madre otorga progresivamente más libertad y posibilidad de elegir a su hijo, la democracia deberá hacer lo mismo con la sociedad que la ejerce, porque los problemas de la democracia se resuelven en democracia. Es la única forma real de avanzar humanamente.